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Los cuadernos de Armando, Prosa y Poesía de Armando Rubio, reune escritos que devienen de recuerdos de infancia y juveniles; hechos cotidianos y de experimentación ficticia, lúdica y surrealista; historias repletas de imágenes fantásticas, escabrosas e intrigantes que estimulan nuestra percepción; y urbanas, en donde se denota la vivencia, el entorno, una época. Sus cuentos son el resultado de un ejercicio contemplativo de alguien que deambula entre la ciudad y sus gentes con una profunda agudeza interpretativa y emocional, por sobre todo existencialmente reflexivos, en resumen, lo que toda obra de arte debiera aportarnos en algún momento.

Estas narraciones, la mayor parte de ellas inéditas, fueron encontradas en viejos cuadernos y hojas de máquinas de escribir, una especie de tesoro a compartir, los cuales aspiramos sean un aporte generacional a la narrativa chilena, ya que develan no sólo la faceta prosística de Armando, sino que además deja una pregunta abierta y arrojada intempestivamente sobre la mesa del género (o mantel de cuadritos rojos), en el presente, ¿Armando sería un poeta o un escritor de prosa? considerando que lo recopilado en este libro fue desarrollado antes de cumplir los veinticinco años.

 

 

 

 

 

LA CABEZA

 

Me dijeron: “tendrás cabeza nueva”. Es necesario que lo hagas. Y vi a mis compañeros de universidad que se paseaban por la sala, esperando. Inscribirían sus nombres en el acta y luego se tenderían en las colchas esparcidas por la sala sobre las que pendían las guillotinas de acero. Se dejarían cercenar las cabezas con una frialdad pasmosa, casi con agrado. Yo tenía miedo: podía ser una operación muy dolorosa. Y me paseaba también de un lado a otro de la pieza, inquiriendo a los asistentes para que me diesen informes más exactos de aquello. “Es necesario renovar la cabeza” –decían– “es una operación muy sencilla. No sientes nada. Te duermes un momento, luego despiertas y tienes ya una cabeza nueva, idéntica a la otra”. Sin embargo, a pesar de los argumentos que me daban y de las comprobaciones que verifiqué en las cabezas de mis compañeros ya sometidos, no me decidía. No había en todo caso coerción alguna; yo podía decidir respecto a mi cabeza. Era más bien un servicio que se prestaba a los estudiantes y ellos, en su mayor parte, ya se habían mudado de cabeza y salían de la sala como si nada.

Ya la sala iba quedando vacía e iban a cerrar las guillotinas. El acta había sido llenada con los nombres de mis compañeros y algunas asistentes se retiraron. Entonces, salí de allí y decidí marcharme con mi cabeza. Vacilé. Yo era el único que quedaba, el único que tenía aún la cabeza intacta. Resolví, con gran pesar, someterme. Regresé a la sala. Inscribí mi nombre y a requerimiento de una muchacha que vestía de blanco me tendí en una colcha, bajo la guillotina. Cerré los ojos. Demoraron un buen momento. Luego, escuché cómo accionaban la palanca y enseguida el contacto frío y duro, durísimo de la hoja me señaló que me estaban cercenando la cabeza. Me nublé. Una gran oscuridad me penetró y supe que estaba sin cabeza. Un dolor tenue, pesado, se acolchó en el vacío, en la ausencia de cabeza y esperé sereno la restitución. Luego, abrí los ojos y vi mi cabeza, mi nueva cabeza, idéntica a la otra. Me apretaba la garganta como soldándose a ella. Me incorporé y la sonrisa indolente de la muchacha me hizo comprender que debía marcharme con mi cabeza nueva. No sé qué harían con las otras cabezas.

Los cuadernos de Armando, Prosa y Poesía de Armando Rubio

Armando Rubio Huidobro

Primera edición, 2013

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